Marzo 1989:
Mi padre biológico desaparece, dejándonos en la calle a mi mamá y a mí. Mi mamá decide refugiarse algunos días en una iglesia hasta tomar coraje para contarle a mi abuela lo sucedido. Enero 1990:
En la casa de Porota, amiga y vecina de mi abuela Elena. Las tres tomamos la merienda, yo bailo y canto canciones de un programa de Flavia Palmiero. Me preguntan qué quiero ser cuando sea grande y contesto: «Actriz, bailarina y presidente». Abril 1992:
Voy a una escuela primaria pública de doble escolaridad en el barrio de Villa Pueyrredón. En el taller de teatro propuesto por el papá actor de una de mis compañeras de grado hacemos rondas, juegos teatrales y reímos. Febrero 1995:
Mi mamá, mi tío y mi abuela deciden organizar un viaje a Mundo Marino. A punto de salir, mi madre no se siente bien, casi se suspende el paseo pero fuimos igual y es uno de los mejores días de mi vida. Octubre 1998:
Me hago señorita. La vida ya no es la misma para mi cuerpo de niña que comienza a hacerse mujer. Tampoco para mi cabeza, ni para mi alrededor. Enero 2004:
Hago el amor toda la noche con mi primer novio por primera vez. Septiembre 2009:
Conozco a un grupo de personas maravillosas con quienes conformo un grupo de gestión cultural que intenta acercar a jóvenes a las artes escénicas independientes de la ciudad. Con ellos siento que tengo el trabajo más hermoso del mundo. Noviembre 2010:
Luego de cuatro años de intenso despliegue creativo, de mucho aprendizaje personal y en conjunto, me recibo de actriz en la Escuela de Arte Dramático de la ciudad de Buenos Aires. Julio 2015:
Luego de ganarme una beca de estudios en Italia y pisar tierra europea por primera vez, me escapo dos días a París. Duermo poco y camino horas y horas seguidas hasta llenarme de curitas los pies. Me siento libre y plena como nunca antes. Diciembre 2016:
Estreno mi primera ópera como directora escénica. Una de mis grandes maestras de la vida y del arte me dice: «Naciste para esto, guacha» y yo creo, o quiero creer, que tiene razón.