Enero 1994:
Veraneamos solos con papá. Estamos creciendo, la ropa nos queda chica.
Enero 1994:
Es una tarde de verano. Estoy cruzando el Río de la Plata en ferry cuando una enorme tormenta, más precisamente una tromba de agua, se levanta en el río. LLego a destino sano y salvo.
Febrero 1994:
Nace mi hermana. Todos esperábamos un varón así que no teníamos nombre de nena para ella. Sus ojos son grandes y oscuros.
Marzo 1994:
Alquilo mi primer departamento. Me tiembla el pulso al firmar el contrato. ¿Será así el matrimonio?
Abril 1994:
La maestra reparte unos papeles sobre las nuevas clases de danza en el colegio. Lucila me pregunta entusiasmada: «¿Empezamos juntas? Le digo a mi mamá que le diga a tu mamá».
Abril 1994:
París, Hotel Concorde La Fayette, planta 33, suite 22. Tengo diez minutos para convencer a Raymond Hung de mi proyecto «Performance REVIEW Plus».
Mayo 1994:
Cumplo 12 años y empiezo a escalar. Han abierto el primer rocódromo en la ciudad y somos varios participando de una clase. Mi padre llega de sorpresa con mis primeras zapatillas de escalada.
Julio 1994:
Primer mundial de fútbol que recuerdo.
Julio 1994:
Miro desde mi ventana el patio de mi casa. Allí, mis amigas, hermano mayor y primos han montado una carpa. Están por acampar. Mis padres no me dejan salir y yo no entiendo el por qué. Mi padre me dice que porque soy niña no puedo. Yo me echo a llorar desconsoladamente hasta quedarme dormida. Durante la noche me despiertan los gritos de ellos afuera. Quisiera estar ahí.
Julio 1994:
Después de la explosión de una bomba en la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), en mi colegio comienzan las amenazas. Se implementa un sistema de simulacros que es así: la secretaria entra a clase en cualquier momento del día, grita la palabra «campeón», y nosotros tenemos que salir disparados por las escaleras y refugiarnos en un estacionamiento a una cuadra de la escuela.
Julio 1994:
Me enamoro por primera vez, y mucho, de un chico que juega al fútbol conmigo, pero tengo novia. También me gusta el hermano de mi novia.
Julio 1994:
Hermosa mañana de invierno, fría pero con sol. Estoy trabajando como cada día en mi oficina de Buenos Aires, los pajaritos me acompañan con su trino. Son casi las diez y algo me sobresalta, nada extraño a simple vista, sin embargo siento angustia. Suena el teléfono, es mamá que me avisa que pusieron una bomba en la AMIA.
Julio 1994:
Voy corriendo por la calle porque no puedo contenerme las ganas de contarle a mi abuela que me han seleccionado para una beca en Colombia, en el Teatro Experimental de Cali.
Agosto 1994:
Mi abuela discute fuertemente con mi mamá que le grita: «¿Vas a estar feliz si golpeo a Angie cuando la que se portó mal fue Karla?» Entonces me busca, me toma de un brazo y me golpea frente a mi abuela. Al ponerme a llorar, llora conmigo de cuclillas.
Agosto 1994:
Dinamarca. Voy a cabalgar, mis padres discuten.
Agosto 1994:
Voy con amigos a la discoteca. Estoy bailando. Ya quieren ir a casa. Decido quedarme allá. Sigo bailando mientras los demás mueren en el coche. Corto todas las amistades y voy a una escuela en Berlín. Nadie me conoce. Festejo mi identidad nueva con mucho alcohol.
Septiembre 1994:
Marta me regala un walkman porque se le ha pasado avisarme de un cambio de examen. Me siento mal, ya que voy a dejar de tener relación con ella, pero me quedo el walkman.
Octubre 1994:
Estoy en el hall del convento en Jerusalem donde nos han hospedado. Alguien se pone a tocar en el piano el «Ave María». Tengo un sentimiento de irrealidad. Me vienen a la mente los ojos sonrientes de los palestinos que he conocido. No puedo parar de llorar.
Noviembre 1994:
Me duermo abrazando la panza que lo contiene. Fito se hace un bollito y me acompaña. Queremos conocerlo.
Noviembre 1994:
Mis padres vuelven de su terapia de pareja, ríen y se respetan de nuevo. Mi madre está más cariñosa y paciente que nunca. Somos felices.
Diciembre 1994:
Acto de fin de año en el colegio, voy a pasar a primero básico y preparamos una obra sobre la contaminación. Niños y niñas son animales, bichos y plantas. Algunos papás son monstruos de la basura. Tengo puestas unas alas de muchos colores que me hizo mi mamá con papel celofán y alambre. Me siento bonita.
Diciembre 1994:
El profesor de matemáticas nos llama a volver a clases, somos decenas y nos negamos a volver, exaltados por ser los últimos días del ciclo básico. Algo se apodera de mí: lidero a la multitud, largo un extinguidor de incendios en la cancha de fútbol y luego secuestro la campana para terminar arrojándola a la piscina del colegio, en medio de la celebración y sorpresa de todos.
Diciembre 1994:
Papá Noel me trae una bicicleta y la pruebo la misma noche de Navidad.
Diciembre 1994:
Después de dos semanas sin trabajo, entro a trabajar a mi trabajo actual, donde lo conozco.
Diciembre 1994:
Con una maya de lycra azul profundo, pesando 45 kilos y un moretón bien maquillado en el ojo derecho, dicen mi número y mi nombre. Me seleccionan en la audición en Buenos Aires y siento como el corazón me da un vuelco.
Diciembre 1994:
Con mi vecino Sebastián estamos en su pieza con la luz apagada mirando por la ventana los fuegos artificiales que lanzan desde el centro comercial. Estamos emocionados y conversamos apoyados en la ventana, viendo las luces a lo lejos y sintiendo el ruido.
Diciembre 1994:
El médico alza la placa con las imágenes de mi columna seccionada con el tomógrafo. «Bien, si no hubo mejoría después de un año, y ya tenemos algo de denervación, vamos entonces a operar. Sos joven, tenés buen pronóstico de recuperación». Mi vieja está a mi lado, no me atrevo a mirarla, estoy seguro de que está más pálida que yo. El cirujano me habla del canal medular, apófisis y cuerpos esponjosos...
Diciembre 1994:
Mi primer avión sobrevuela el Atlántico. Llego a Berlín una noche de frío insoportable y niebla. Alexanderplatz se ve como una escena de película futurista soviética.