Enero 1991:
Se me ocurre que tengo que tocar las cosas tres veces. De lo contrario, algo terrible puede pasarme. Si toco una ventana con la mano derecha, por ejemplo, después la tengo que tocar con la izquierda y, por último, con la derecha. Empieza un tormento.
Enero 1991:
Son las diez de la noche y me voy a dar un paseo. Cuando regrese me tengo que poner a estudiar las ecuaciones no lineales. Mañana tengo un examen de Teoría de la Organización. Me pregunto por qué me estoy haciendo esto.
Enero 1991:
Salgo de mi primera obra de teatro. Me acerco a papá para preguntarle qué le pareció y me responde que, por un lado, se siente triste y, por otro, contento. Le pregunto por qué: «Contento porque veo que estás dedicándote a lo que te gusta y triste porque siento que ya creciste, estás haciendo tu propio camino y tengo que soltarte».
Enero 1991:
Se separan madre y padre. Mi hermano y yo nos enfermamos, nos quedamos mucho tiempo en casa. Jugamos con los cubos.
Febrero 1991:
Es de noche, nos despierta el ruido del timbre. Es la sirena que suena para que dejemos nuestra casa.
Marzo 1991:
Mari, la chica que me cuida, me va a buscar al colegio y me dice que hay una sorpresa en casa. Le pregunto si está mi hermanito. Me dice que no tengo que impresionarme, que tiene el labio abierto. Llego y está mi hermano recién nacido sobre una toalla en la cama de mis papas. Me parece el nene más tranquilo y hermoso del mundo.
Marzo 1991:
Es de noche y estoy con mi hermano dos años menor que yo. Mi abuela vino desde Santa Fe para cuidarnos, y nos deja saltar en la cama de mamá y papá. Mi tercer hermano está naciendo esta noche pero nosotros no lo sabemos.
Marzo 1991:
El primer día de clases me pongo en la fila de las chicas de sexto grado, me considero grande. Miro a mi madre feliz y una maestra me cambia a mi fila de primerito.
Mayo 1991:
No hay nada para cenar y somos ocho. Salgo con mi mamá al abasto. Toma un kilo de harina pan, un queso y una lata de atún. Cuando vamos a pagar, la cajera le dice: «¿Está escondiendo esa lata de atún, señora?». Mi mamá contesta: «Es que no me alcanza». Allí me doy cuenta de que mi madre también tiene defectos.
Junio 1991:
Mi mamá me cuenta, justo antes de dormir, que murió su papá, mi abuelo. A la noche sueño que él me viene a buscar a la quinta donde yo había vivido hasta hacía poco: me está esperando detrás de la tranquera, me acerco y me abraza.
Junio 1991:
Mi padre tiene una hemiplejia. Vamos corriendo a su casa. Lo llevan al sanatorio en ambulancia. Ya en su cuarto, lo tomo de la mano y le hablo; él responde con la mirada porque no puede hablar. De pronto se pone a temblar. Llamo a los médicos que me sacan del cuarto. Espero en el pasillo abrazada a una tía querida. Cuando vuelven a salir, mi padre ha muerto.
Junio 1991:
Estoy sentada en un bar con nueve personas y me pregunto: «¿Pero qué hago yo aquí rodeada de falsos amigos? Este lío no me compensa por mucho que me interese ese chico».
Junio 1991:
Conozco a Manuel. Todo comienza a tener color.
Julio 1991:
Siguiendo a un pajarito, me meto dentro de un gran arbusto y me encuentro con un panal de abejas. Grito y corro hacia la casa. Tengo abejas enganchadas en la ropa y el pelo. Mi abuela me las quita con la mano, mi hermana con una manguera, mi tío con una frazada. Me pican dos. A mi abuela también. El veneno de las abejas hace que sigamos sintiendo el pinchazo una y otra vez.
Julio 1991:
Estoy en la casa fúnebre donde velan a mi abuela. Está nublado y mi papá se baja de un auto. Se enteró de lo sucedido y acaba de llegar de su viaje. Hasta ahora yo no había tenido tiempo para llorar. Cuando entra lo veo quebrarse en llantos y solo entonces me permito llorar sin vergüenza. Su dolor es mío.
Agosto 1991:
Aterrizo en Muenster. Voy a vivir un año lejos de los míos y en un país que no conozco. La familia que me acoge ha venido a recibirme al aeropuerto de Dallas-Fort Worth. No entiendo nada pero yo sonrío.
Agosto 1991:
Siento un gran alivio tras la anulación eclesiástica de un largo matrimonio con un hombre, que terminó convirtiéndose en un alcohólico.
Septiembre 1991:
Estoy sentado en el asiento trasero del auto de mi papá. Yo voy al medio porque soy el más chico y mis hermanos no están de humor, así que no hablan. Vamos a la escuela. De fondo suena «Buscando visa para un sueño».
Septiembre 1991:
Estoy en el colegio secundario y decido, con dos amigos, presentarme a un concurso de teatro juvenil. Escribimos, dirigimos y protagonizamos una obra llamada «Arte y Sociedad». Mi objetivo, uno solo: decirle a todo el pueblo que soy gay. Todos lloran. Yo siento la hipocresía.
Septiembre 1991:
Vuelvo a clases después del verano. Apenas cruzo la puerta mis ojos se cruzan con los del niño que me gusta. Él aparta la mirada al instante. Sé que ya no me quiere.
Septiembre 1991:
Me acerco a mi mamá que está en la mesada cocinando. Le pregunto si soy linda y me contesta que sí. Le pregunto qué pasaría si fuera fea y ella me contesta que para ella igual sería linda.
Octubre 1991:
Revalido mi título y armo mi primer consultorio con un solo paciente. Es un alumno del profesorado de educación física al que le doy clases de psicología.
Octubre 1991:
Estoy acostada en mi cuna. Mis papás me miran desde arriba. Ella, con un vestido negro. Me dicen: «Nos vamos a un casamiento. Buenas noches, Ángeles». Ángeles soy yo. Ese es mi nombre.
Diciembre 1991:
Llego tarde a la escuela, hoy es un día especial. Me incorporo a la ronda con mis compañeros y me dan un paquete. «Es un regalo y no es mi cumpleaños» pienso.
Diciembre 1991:
Los hijos inician su propio camino. Siento orgullo, angustia, ilusión. Tengo confianza porque son luchadores y apasionados.