Enero 1988:
Llego a Suiza. Después de quince años en Mozambique y quince en Brasil, no es fácil vivir en Europa. Al principio los suizos me parecen conservadores, arrogantes y cerrados.
Enero 1988:
Voy conduciendo un Renault 6 blanco, pero sin llaves y estacionado. Tengo nueve años, estoy triste. Mi abuela ha muerto.
Febrero 1988:
Tengo en brazos a mi beba de tres meses. Le acabo de dar la teta. Tengo el impulso de bailar con ella y cantar su nombre: «Josefina fina fina Josefina fina fi, Josefina, fina fi» , y así varias veces. Me siento exultante.
Marzo 1988:
Salgo de casa para iniciar mi primer trabajo en Santiago, debo llegar a Las Condes, tomo una micro y avanzo nerviosa, no conozco las calles ni el tránsito. Surgen rayados en las paredes, casas tristes, naturaleza muerta. Voy perdida y pregunto al chofer qué comuna es esa. «Estamos en Pudahuel», me dice muy serio. Primer día de trabajo y voy en sentido contrario. Nunca llego a Las Condes.
Marzo 1988:
Confianza y fluidez. Calor y sopor. Ansias, infinita alegría y el placer de sentir una y otra vez. De diferentes maneras como si fuera la primera vez. Dueño de vos, esclavo tuyo.
Marzo 1988:
Tras una convivencia que se venía haciendo bastante insostenible, mis padres hacen realidad lo que me habían anticipado a los 15 años: «Pasa tu cumpleaños y nos separamos».
Marzo 1988:
Me voy de la casa de mis padres a la ciudad a estudiar. Me doy cuenta de que nunca antes había vivido sola, ¡quiero huir! Mi madre me alienta: «¡Si realmente querés ser bioquímica vas a tener que superarlo!». Le hago caso.
Julio 1988:
Es viernes a la noche. Estoy recostada en el sillón del living de la casa de mis padres. Toda la familia está dispersa por la casa. Ya está casi amaneciendo. Alguien me avisa que mi mamá se acaba de morir. Tengo 26 años y no tengo mamá.
Julio 1988:
Estoy embarazada. Aún no tengo atraso, pero ya lo sé.
Julio 1988:
Mi mejor amigo del jardín infantes y yo estamos en la cama de sus padres mirando televisión. Yo me canso de la tele y empiezo a molestarlo con un helicóptero de juguete. El pierde la paciencia y me pega en la cara con una flauta. Sangro y me duele.
Julio 1988:
Tras un accidente laboral estoy sentado frente a un IBM AT 02 en el despacho de Hanspeter Graber, el director del hotel. Aprendo cómo funciona el software y termino con una crisis de identidad.
Julio 1988:
Mi tío me manosea cuando estamos a solas en un cuarto. Soy fuerte, pero me muero de miedo de estar con él. Dejo de pintar, dejo de escribir y dejo de hablar. Pierdo la fe. Escalofríos y desmayos me acompañan. Escribo en letras enormes «Dios es estúpido» en una puerta de camino a la iglesia y espero el castigo divino.
Agosto 1988:
En una papelería de Londres me compro un libro en blanco. Mi corazón está tan herido y yo estoy tan confuso y tan decepcionado que no se me ocurre otra cosa: tengo que escribir.
Agosto 1988:
Copio un relato de misterio de una de esas revistas para consultar la programación de la tele: «La clave está en el dálmata». Se lo enseño a toda mi familia diciendo que lo he escrito yo. Unos me consideran un genio, otros un estafador.
Agosto 1988:
Un día de playa en Zumaia. El mar en el rostro de M. y en las palabras de Nacho.
Agosto 1988:
Reunión en Nueva York. Hago una propuesta. El americano que lidera la reunión me dice que lo que planteo no es «KISS». No encuentro vínculo alguno entre lo que postulo y un beso. Me explica que «KISS» significa «Keep It Simple and Stupid». Que si deseo hacer que algo funcione, esto debe ser simple y estúpido.
Septiembre 1988:
En el aeropuerto con Cristina y Susana camino de Nueva York. Nuestro primer viaje juntas.
Septiembre 1988:
Me siento en el autobús después del partido y quiero volver a casa. No estoy a gusto aquí y dejaré pasar este tren del fútbol. Quizá lo intente más adelante y donde esté más seguro de mí mismo; por ahora no compensa.
Septiembre 1988:
En mi primer trabajo en Suiza, mis jefes y colegas se dirigen a mí en un alemán para tontos: «Tú hacer esto, tú ver esto, tú hoy trabajar aquí». No son malas personas, pero su actitud me ofende y me entristece.
Octubre 1988:
Después de un altercado por razones económicas, la mamá de Ale pronuncia una sentencia que jamás le perdonaré: «No tengo la culpa de ganar el doble que vos en la mitad de tu tiempo». En mi interior, se termina mi primer matrimonio.
Octubre 1988:
En familia contemplamos expectantes la televisión. Todo el país lo hace, debatiéndose entre la esperanza y el escepticismo. Esta noche se entregan los cómputos del plebiscito que divide a Chile entre el Sí y el No. Pasan las horas y las cifras no aparecen. En la madrugada un general de la Dictadura adelanta el resultado: «Tengo bastante claro que ha ganado el No». Nuestra alegría es desbordante.
Octubre 1988:
Tres días después de nacer mi hija participo en el plebiscito que dice que Chile no quiere que siga gobernando Pinochet. Me toca reportar para el diario en que trabajo en Valparaíso en diferentes localidades de la zona. El día termina con la noticia del triunfo del No.
Octubre 1988:
Estamos en un hotel de mala muerte en Puerto Madryn, Chubut. Escucho gritos, me mareo, pero logro llegar a la habitación de mis amigas y abrir la puerta. Veo al hombre huyendo por la ventana y la habitación es un baño de sangre. Mis amigas me cuentan, esperando la ambulancia, que mientras las golpeaba les decía que a él le habían arruinado la vida en Malvinas y que él se las iba a arruinar a ellas.
Noviembre 1988:
Mudanza al gran departamento. Añoro a Pascal y las cabras.
Diciembre 1988:
Me dan una espada con luces. Estoy encantado. Duermo con ella.
Diciembre 1988:
El club de mis amores, Nacional, acaba de salir campeón del mundo, por penales, en Tokio, contra el equipo holandés de la Philips. ¿Qué más puede pedir un hincha a los catorce años?