Enero 1985:
Nos mudamos a Martínez. Mi marido trabaja allí y yo ya no trabajo para poder dedicarme a mi hijo. Yo no quería, no conozco a nadie. Soledad del barrio, llueve y me pongo a llorar.
Enero 1985:
Salto en la cama a oscuras. Escucho el tono bronco de mi madre en la habitación contigua. Aún así, continuo saltando y riendo (cuidando que el chupete no se escurra de mi boca). La luz se enciende bruscamente, mi madre entra en la habitación bastante alterada con unas tijeras, me arranca el chupete, cercena la goma, apaga la luz y se va. Nunca vuelvo a pedir un chupete para dormir. Siento miedo por primera vez.
Enero 1985:
Llevo cuatro días andando por caminos de cornisa bajo la lluvia, casi sin comer, muerto de frío. Me detengo frente a las ruinas de Machu Picchu y lloro.
Enero 1985:
Todavía tengo el traje de baño puesto y estoy llena de arena y sal. Mi papá y mi mamá me cuentan que los Reyes Magos son los padres, pero que si uno cree, es como si existieran. Entonces preparamos un recipiente con agua y un poco de pasto para que cuando lleguen los camellos tengan algo que comer.
Febrero 1985:
Estamos mis hermanos y yo en la playa, hace muchísimo calor y el cielo es turquesa furioso. Jugamos en los médanos desiertos, rodamos, nos dejamos caer, muertos de risa. Al rato, mi hermano menor desaparece.
Febrero 1985:
Tengo que caminar 42 kilómetros hasta el Parque Nacional porque no hay bus y la noche me encuentra sin techo y comida. Me atacan unos perros. Los dueños de los perros me aceptan en su casa. Me dan sopa y al día siguiente me pongo en marcha.
Marzo 1985:
En Santiago me detienen en una marcha y me suben a un furgón. Estamos muy apretados. Un joven de mi edad se come entera una revista de oposición a la dictadura. No sabemos donde estamos, nadie habla, un chiquillo con uniforme escolar silba la Internacional. Ya es de noche cuando nos bajan y nos gritan: «miren al suelo o los vamos a degollar a todos».
Marzo 1985:
Mi hermano sale a la calle y yo lo quiero seguir. Él me dice «¡no, para para para!». Yo paro, y se cae una cornisa al frente mío.
Abril 1985:
Conduzco un Seat 127 sentado sobre las rodillas de mi padre por un camino rural. El viento nos da en la cara. Huele a pino, carne asada y Marlboro.
Abril 1985:
En la cafetería de la escuela juego a las cartas con un grupo de compañeros, entre ellos con una mujer que llegó este año de Venezuela, donde vivía exiliada. Yo debería estar en clases, pero el profesor me provoca mucho sueño.
Abril 1985:
Como es miércoles, no tengo clase por la tarde y me voy al cine. Yo sola. Veo «Una habitación con vistas». Me encanta Florencia y la interrogación. Y el amor.
Mayo 1985:
Es el día siguiente al entierro de mi madre. Algunos familiares nos vinieron a saludar y están en el comedor. Yo estoy solo en el living y me empiezo a angustiar porque el lunes tengo lección de Geografía y le tengo pánico a la profesora. Pienso: «¿Perdí a mi mamá y me estoy haciendo problema por una lección?»
Mayo 1985:
Una noche de ópera como tantas otras en el teatro Colón. En el intervalo vamos apuradas al baño. Un sobre blanco nos sorprende en la entrada. Un fajo de dinero. Encontramos el sueldo de todo un mes.
Mayo 1985:
Mi mamá está deprimida y se toma un frasco de pastillas delante de mí, no le importa cómo me siento ni lo asustada que estoy. Corro a casa de una vecina a buscar ayuda porque no sé como despertarla. No entiendo nada.
Mayo 1985:
Vamos a la playa Pirata, tomamos sol, fumamos, bebemos, bailamos hasta la madrugada. Conozco a Gritt y decidimos ir en moto hasta el faro que está en la punta de la isla. Nos miramos durante horas y vemos la salida de sol más linda de nuestras vidas.
Junio 1985:
Decido hablar con mi padre. La conversación es corta, apenas unos minutos para acabar en mi salida de casa para siempre. Si sales, no vuelvas a entrar. Entré después de tres años, para cenar en Nochevieja.
Junio 1985:
Me despierto para que mi mamá me peine antes de ir al jardín de infantes y me doy cuenta de que no está. Mi papá me dice que él me peina. Me hace el peinado más desprolijo y horrible del mundo. Me pongo a llorar y mi papá insiste en llevarme así al jardín. Me siento la nena más fea de mi universo. Llego al jardín y sigo llorando. La maestra me peina y ya me siento bien otra vez.
Julio 1985:
Camino de la mano con mi mamá. Hay mucho sol. Debe de ser el mediodía. Estamos cruzando las vías y me siento cansada. Le pido que me lleve a upa pero se niega. «Estoy embarazada, no puedo cargarte», argumenta.
Agosto 1985:
El agua hirviendo cae sobre mi rostro y me despierto quemado. Una fatalidad: mi madre apoyó la caldera en la cama de mi hermana para hacerle un vaho y al despertarse ella movió la pierna y volteó la pava. Lo que sigue, una semana internado y veinte días más de curaciones. Tengo suerte, no tengo una sola marca, no seré Scarface.
Agosto 1985:
Rompo bolsa durmiendo y sueño que tengo una beba de cabello negro. Paso mi día de trabajo de parto en el estudio de mi marido. Mientras él da clases de piano yo intento dormir, pero la inquietud y los dolores me comprimen. Voy y vengo como una leona encerrada. En la clínica la doctora me mira fijo y me pone los puntos: «Vos la tenés que sacar». Es mi cumpleaños.
Agosto 1985:
Llego a una gran capital sudamericana para trabajar en la sucursal de mi institución. Estoy sorprendido, hasta un poco decepcionado. Esta ciudad enorme y muy moderna -casi europea- no se corresponde en nada con la imagen que yo tenía de la añorada América Latina, una imagen muy influenciada por la lectura de García Márquez y Vargas Llosa.
Agosto 1985:
Compro mi primera guitarra en un mercado de Paracho, Michoacán.
Agosto 1985:
Habitualmente voy solo al cine. Hoy voy a ver «Brazil» de Terry Gilliam. Volveré a ella muchas veces en muchas circunstancias.
Septiembre 1985:
Muere mamá.
Octubre 1985:
Vuelvo del jardín con mamá en su auto. Yo voy al lado, en el asiento del acompañante. Llevo sobre mis piernas una caja de zapatos con agujeritos. Adentro puse bichos bolita, un poco de pasto y tierra. Los junté en el patio con mi novio Martín.
Octubre 1985:
Vuelvo a ver al Señor Baduna en mi propia casa después de ser madre por primera vez y haber tenido un embarazo de alto riesgo. Comprendo que siempre me acompaña, lo siento cerca. Tomo la decisión de hacerme terapeuta de Reiki e inicio un camino espiritual.
Noviembre 1985:
Un día logrado: un broche gótico, un concierto punk, un poema, él y los sueños.
Diciembre 1985:
Me despiertan mis hermanos la mañana del 25 y corremos al salón, hay muchos regalos pero no está el coche teledirigido rojo que hace piruetas. Qué desilusión. Vamos a desayunar y mi padre nos llama porque hemos dejado un paquete sin abrir. Vamos corriendo, abro el paquete y ahí está. El coche rojo que había pedido, y que «no es un regalo de chicas». Felicidad máxima.