Julio 1978:
Estoy aburrido en mi casa y elijo un disco al azar. Es la «Consagración de la primavera», de Stravinsky, la versión de Antal Dorati. Lo pongo en el tocadiscos a todo volumen y se abre la puerta a una nueva dimensión. Septiembre 1997:
Estoy haciendo el amor con mi novia y de pronto siento, literalmente, que empezamos a volar. Ella se asusta, me dice que quiere parar y de inmediato estoy en el suelo. Octubre 1998:
Durante una velada poética en mi casa, suena el teléfono. Mi abuela acaba de morir. La noticia me impacta mucho, interrumpo la lectura de poemas de Celan y Kavafys y le propongo a una amiga que estaba allí que hagamos el amor. Ella accede y pasamos varias horas de goce frenético, de abandono absoluto. No podría haber honrado mejor la muerte de mi abuela, con la que me siento profundamente conectado. Noviembre 1998:
Hago el amor con una chica llamada Petra Ekato. Llevo un diario y sé que es la mujer número 100 con la que tengo sexo. Luego le pregunto qué significa su apellido en griego. «Cien», responde. Ekato, como en «hecatombe», el sacrificio de cien reses. Siento que un agujero negro me traga. Agosto 1999:
Por unos instantes, después de haber caminado más de 1.000 kilómetros, en las afueras de Santiago de Compostela, frente al Pico Sacro, experimento algo… ¿La unidad de todo lo que existe? ¿Supraconciencia? ¿Una experiencia mística? ¿Dios? Cuando me percato de lo que me está ocurriendo, todo se desvanece de inmediato. Junio 2004:
Conozco a Diana y al poco rato siento la certeza absoluta de que voy a tener hijos con ella. Esto me obliga a replantarme mi vida por completo. Se lo digo y ella me toma por un charlatán. Agosto 2008:
Entre las piernas de mi compañera asoma la cabeza mojada de Gabriel, mi primer hijo. Hace calor. Entiendo que yo, que creía saber tanto del amor, era un ignorante. Abril 2011:
Asisto a mi primer seminario de Tantra y masaje, y siento que, después de tanto caminar, después de haberla dado por imposible, por fin he llegado a mi patria. Abril 2011:
Mientras recibo un masaje, de pronto cae sobre mí, con una dura contundencia que me sorprende, un recuerdo muy antiguo y doloroso. Estoy solo, mi mamá no viene por más que lloro y grito. Sé que ella está con mi papá, que sufre una grave depresión. También sé que esa depresión es la única forma que mi papá tiene para apartar a mi mamá de mi lado. Dudo si vivir vale la pena. Ese recuerdo me aclara la mitad de mi vida. Luego mi mamá me confirma que esto ocurrió cuando yo tenía un año y medio de edad. Enero 2013:
De nuevo de entre las piernas de mi compañera asoma mojada la cabeza de Mateo, mi segundo hijo. Afuera cae una nevada. La felicidad es absoluta, sólo comparable al nacimiento de Gabriel.