Noviembre 1975:
Voy caminando de la mano de mi abuela hacia el sanatorio a conocer a mi hermanita que acaba de nacer. Me tropiezo con un árbol. Me lastimo la rodilla derecha. Al llegar a la guardia me dan cinco puntos. Tener una hermana me deja una cicatriz. Agosto 1978:
Mi amiga me invita a jugar a su casa. Está muy entusiasmada. Sus padres han vuelto de un viaje y le trajeron muchas Barbies y un castillo que me quiere mostrar. No sé que hacer. No me gustan las muñecas. Mayo 1985:
Una noche de ópera como tantas otras en el teatro Colón. En el intervalo vamos apuradas al baño. Un sobre blanco nos sorprende en la entrada. Un fajo de dinero. Encontramos el sueldo de todo un mes. Mayo 1986:
Al terminar la jornada del colegio siento la necesidad imperiosa de hablar telefónicamente con mi mamá. Siento urgencia porque sé que algo está pasando. Nadie contesta. Al llegar, me entero que en ese mismo instante, estaba muriendo mi abuela. Febrero 1990:
Estamos en la playa. Es de noche y hace frío. Me propone hacer una fogata. Mientras, cantamos y miramos las estrellas. Pasa una estrella fugaz. Marzo 1999:
Muy cansados, mi novio y yo apagamos la luz para intentar dormir. En eso, como al pasar, él dice: «Si todo sigue como hasta ahora, nos podríamos casar, ¿no?» Septiembre 2000:
Estoy embarazada. Se acerca la fecha probable de parto. Me acuesto a dormir con la certeza de que es inminente. A las 2 de la madrugada se rompe la bolsa. A las 12 nace mi primer hijo. Nada se compara a ese instante en que solito repta sobre mi vientre. Julio 2002:
Estamos en la terraza de un departamento céntrico. La noche cálida y la luna llena. Alto el volumen, la música canta: «Dicen que dicen, dicen que dicen». Nosotros, desnudos, bailamos. Abril 2013:
Un gatito llega a mi vida. Siempre pensé que no me gustaban los animales. Mayo 2015:
Lo veo y mi corazón se acelera. Las manos me sudan. Me hace ruido el abdomen. Lo sé. Estoy enamorada.