Septiembre 1942:
Mi queridísimo hermano y compañero de juegos me abandona para irse al jardín de infancia. Para consolarme me deja un picnic debajo de un sombrero viejo. Septiembre 1944:
Empiezo la escuela primaria. Mi maestro me parece el arcángel Gabriel. Aún así no comprendo la conexión entre las imágenes y las palabras que hay en mi primera cartilla. Cuando trato de sumar mentalmente, me quedo en blanco por primera vez. Julio 1946:
Cruzo en un tren con mi madre y mis hermanos una Francia devastada por la guerra. A través de la ventana veo un edificio con los suelos colgando al que le faltan dos paredes. La sombrerera azul que hay sobre nuestras cabezas gotea. Mi madre no quería dejar los melocotones maduros en el jardín. Septiembre 1950:
Empiezo la secundaria. Todos los días, de camino a la escuela, deseo estar muerta o gravemente enferma para no tener que ir al colegio nunca más. Octubre 1950:
Descubro felizmente la lectura extraescolar con «Los niños del nº 67», la saga infantil en varios volúmenes de Lisa Tetzner. Octubre 1955:
Un príncipe de cuento de hadas aparece montado en un caballo árabe y colma cada célula de mi cuerpo y de mi alma. Noviembre 1966:
Nace mi primer hijo en Estados Unidos. La recepción del paritorio con su largo mostrador de acero inoxidable me recuerda a una carnicería. La enfermera gorda lleva puesto un uniforme verde y un gorro de ducha. Septiembre 1973:
Empiezo a estudiar en la universidad. La Universidad Estatal de Arizona me parece la Tierra Prometida. Septiembre 2001:
Empiezo un curso avanzado de arte. Siento como si flotase en el aire. Marzo 2003:
Veo el comienzo de la guerra de Irak en televisión. Tengo la sensación de ser víctima de una violación en grupo.